Cuando existe una situación de violencia continuada hacia una persona o grupo por parte del alumnado, por estas razones y en un contexto educativo. Sin embargo, no todas las agresiones se dan de forma presencial en el aula, en los pasillos o en las inmediaciones del centro.
Cuando se hace uso de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC), la información digital y medios como el correo electrónico, las redes sociales, las páginas webs, los móviles y las apps para acosar a un individuo o grupo mediante ataques personales, hablamos de ciberacoso escolar o ciberbullying. Esta modalidad de acoso, con una elevada prevalencia entre los casos de acoso escolar tiene graves consecuencias sobre el bienestar psicológico y social del alumnado.
De acuerdo con Luengo (2011), el ciberbullying comparte con el bullying sus componentes básicos, a saber, intencionalidad, desequilibrio de poder y recurrencia de las acciones. Adicionalmente, consta de una serie de características específicas:
Al igual que en el acoso escolar, es necesario que la agresión sea repetida y duradera en el tiempo. No obstante, la repetición ya no consistiría siempre en agredir varias veces. Sería suficiente con subir una sola vez una imagen indeseada a una red social y que la vean varias personas. La repetición se produciría cada vez que se visualizase o se compartiese esa imagen o los comentarios abusivos que la acompañasen.
Suele existir contacto o relación previa en el mundo físico entre las personas agresoras y las víctimas en relación con el centro educativo.
Hay una intención de causar daño, pese a que no siempre se da en los primeros estadios del proceso. Menores y adolescentes con frecuencia no son conscientes de la viralización de los contenidos que publican en Internet y, por consiguiente, en ocasiones desconocen el alcance que pueden llegar a tener cualquiera de los comentarios que viertan en la Red, especialmente aquellos con un tono burlesco o vejatorio.
Existe cierto anonimato en las acciones y una desinhibición virtual, que lleva a quienes acosan a experimentar menor culpabilidad ante sus actos.
Puede estar ligado o no a situaciones de acoso escolar de carácter presencial.
Otra de las características que diferencian el ciberbullying del acoso escolar, convirtiéndolo en un fenómeno especialmente nocivo, es el hecho de que las víctimas de ciberacoso escolar no pueden escapar de las agresiones cuando finalizan la jornada en el centro educativo. Los ataques les persiguen allá donde tengan acceso a un smartphone o a cualquier dispositivo con conexión a Internet. Esto provoca que después de salir del centro la víctima pueda seguir siendo insultada y humillada, ya sea en su domicilio, en su propia habitación o durante un evento social o familiar.
Suele existir contacto o relación previa en el mundo físico entre las personas agresoras y las víctimas en relación con el centro educativo.
Hay una intención de causar daño, pese a que no siempre se da en los primeros estadios del proceso. Menores y adolescentes con frecuencia no son conscientes de la viralización de los contenidos que publican en Internet y, por consiguiente, en ocasiones desconocen el alcance que pueden llegar a tener cualquiera de los comentarios que viertan en la Red, especialmente aquellos con un tono burlesco o vejatorio.
Existe cierto anonimato en las acciones y una desinhibición virtual, que lleva a quienes acosan a experimentar menor culpabilidad ante sus actos.
Puede estar ligado o no a situaciones de acoso escolar de carácter presencial.
Otra de las características que diferencian el ciberbullying del acoso escolar, convirtiéndolo en un fenómeno especialmente nocivo, es el hecho de que las víctimas de ciberacoso escolar no pueden escapar de las agresiones cuando finalizan la jornada en el centro educativo. Los ataques les persiguen allá donde tengan acceso a un smartphone o a cualquier dispositivo con conexión a Internet. Esto provoca que después de salir del centro la víctima pueda seguir siendo insultada y humillada, ya sea en su domicilio, en su propia habitación o durante un evento social o familiar.
Ahora bien, si somos familiares, docentes o profesionales ¿cómo podemos detectar si un menor está sufriendo ciberacoso escolar?
Debemos estar alerta si se dan las siguientes conductas en menores y jóvenes:
Cambios bruscos en el uso de dispositivos informáticos con conexión a Internet: incrementan su uso repentinamente o dejan de utilizar los dispositivos por completo.
- Evitación persistente de navegar por Internet en presencia de sus progenitores.
- Reacciones bruscas o cambios de humor después de una conexión.
- Conductas de rechazo y enfado frecuentes al mantener conversaciones o preguntarles por sus relaciones y contactos a través de Internet.
- Ausencia de actividades que hasta ese momento les gustaban.
- Transformaciones significativas en los grupos de iguales.
- Miedo u oposición a salir de casa o a ir al centro educativo.
- Dolores de estómago o cabeza que impiden la realización de actividades habituales.
- Ocasionalmente, experimentan descensos en el rendimiento académico.
En caso de ser docentes o profesionales, además de a los indicadores individuales anteriores, es necesario prestar atención a aspectos grupales:
- El nivel de cohesión del grupo de clase: si la cohesión grupal es baja, el riesgo de que exista un caso de ciberbullying y nadie apoye a la persona agredida se incrementa.
- La interrelación del alumnado y los roles que ocupan en el grupo: es esencial observar cómo se comunica el alumnado entre sí, tanto con personas que forman parte de su subgrupo como con las que no, y comprender qué tipo de jerarquías existen dentro del grupo de clase. Debe ser una prioridad localizar a aquellas personas con escasas relaciones sociales en el grupo, que muestren una participación baja o que no compartan espacios de socialización. A tal fin, resulta útil la elaboración de un sociograma.
Si valoramos que alguien puede estar sufriendo ciberacoso escolar, la mejor opción es realizar un acercamiento desde la horizontalidad y la confianza, tratando al menor como a un igual y no infantilizando o banalizando sus problemas, opiniones y emociones. Posiblemente no nos revele los sucesos que está viviendo durante la primera conversación, por lo que es imprescindible hacerle entender que contará con nuestro apoyo en todo momento y ante cualquier circunstancia.
Gemma Paz del Pino, publicado 16/11/17 4:36 enlace